sábado, 3 de marzo de 2007

Monólogo

Cada tanto encontramos en nuestro camino - sorpresivamente - a ciertos seres que nos hacen pensar... y sentir. Este último mes estuvo colmado de esos encuentros.
Eva y su familia en Pupuya... un mundo bizarro. Fue como transportarse al Chile del siglo pasado, donde abundaba la gente alegre y cariñosa. Aquellos tiempos en que los campesinos usaban chupaya y se reunían a beber - beber, beber, beber - y bailar y comer y ser felices. Sin preocupaciones ni competencias extrañas. Un pedazo de Chile que debe permanecer intacto.
Yo - tan urbana como siempre - hice un poco el ridículo, pero fui debidamente expiada por estos seres sin resentimientos ni penas austeras.
Ángel, el suplementero. Un hombre que, a pesar de sus marcas, ha sabido torcerle la mano al destino y vivir la más hermosa de las historias de amor... un amor sin límites ni condiciones... ya se quisiera uno tener algo así.
En fin, podría agregar muchas cosas por el estilo, pero no quiero aburrirlos con mis divagaciones sicodélicas.

1 comentario:

pd dijo...

amiga,
me pasó también, y siento que es lo bonito de este apostolado que tenemos por pega.
En el momento exacto en que no tenía más ganas de levantarme, subirme a la van, poner el micrófono, hacer la pregunta, llamar por teléfono; después de un tipo amargado que me hizo la entrevista imposible; después de sentirme una niña de pecho por no poder enfrentar con dignidad los ataques del que está al otro lado; la conocí a ella. Su historia se cruzaba curiosamente con la mía. Lloró mucho, se desahogó frente a la cámara, se desnudó y se desarmó, y fue vulnerable, como tantas veces lo he sido yo. A algunos les molestó, y probablemente no me sirva una entrevista tan lagrimoteada, pero me hizo pensar, me hizo sentir, me hizo quererla y entenderla, compartí con ella una vida distinta, vi en ella las mismas cicatrices que hoy, luego de tanto tiempo, puedo al fin tener medio cerradas. En esa casa de madera, cerca de Linares, con su patio con trigo y la familia instalando agua, con el eclipse de luna reflejado en el canal, los perros ladrando, un camarógrafo y un asistente esperando en la van que yo decidiera partir, encontrando sobreactuadas sus lágrimas, sintiendo que ella se victimizaba. Sí, la entendí tanto, a sus 19 años no sabe hacer otra cosa. Apenas vive luchando por sentirse bien, por sentirse querida, respetada. Ella me salvó de un colapso inminente. Aunque tenga que volver al pueblo perdido en la tierra, aunque tenga que trabajar otro fin de semana más, valió la pena conocerla, conversar, estar. Me hizo sentir viva, y disfrutar esta pega que consume todo el tiempo, pero que también me da la posibilidad de conocerla a ella, de encontrarnos en algún punto de Chile, de descubrirnos personas, no solo periodista - entrevistada.
Te quiero mucho.